“¡Qué coñazo el perro del vecino, todo el día ladrando!” pensó mientras trataba de concentrarse en su periódico dominical. Justo en ese momento, los niños de una terraza empezaron a jugar, a gritar y él sintió como su irritación crecía. “Quizás, después de todo, no había sido tan buena idea venirse a vivir a la periferia, donde todo el mundo parece empeñado en emplear su tiempo libre en hacer ruido, cuánto más, mejor”.