Yo tuve el peor profesor de física del mundo.
Fue en segundo de BUP y habrá a quien le parezca una afirmación gratuita o algo irrelevante a la vista de mi actual vocación profesional pero no es así. Ese profesor me hizo odiar la física intensamente durante mucho tiempo, demasiado tiempo. Y, sin embargo, todo lo que nos rodea es física.
Cuando conducimos, nos movemos por el estrecho margen que las leyes de la física nos dejan o, si optamos por salirnos de esos márgenes, terminamos en una acequia repitiéndole a un médico del SAMUR “No sé cómo ha pasado. Yo iba bien”. Cuando nos subimos a un avión, nos morimos de miedo pensando que es imposible que un avión vuele cuando, en realidad, lo que es imposible es que un avión ruede por la pista más allá de cierta velocidad. Pasada esa velocidad, el avión quiere volar y salvo que el piloto se empeñe en lo contrario, volará. Luego, en conversaciones de bar, todos somos físicos expertos y soltamos sin pestañear burradas como “ese coche agarra más porque pesa mucho” o acusamos al equipo Red Bull de Fórmula 1 de hacer trampas con sus difusores soplados. ¿Y qué es la aerodinámica sino física?
El problema es que la práctica totalidad de los adultos hemos olvidado –y parece que lo hayamos hecho aposta– todo lo que sabíamos de física. No sé si todos habremos tenido profesores tan malos como el mío o si hay algo en la propia física que nos haga olvidarla y sustituirla por una percepción intuitiva que resulta errónea la mayor parte del tiempo.
Y es que la física nos plantea con frecuencia el viejo dilema de Groucho Marx, “¿A quién va a creer usted, a mi o a sus propios ojos?”. De hecho, todos nosotros volamos por el espacio a bordo de una esfera de 12.000 Km de diámetro, a más de 30 kilómetros por segundo (que si supiésemos física o matemáticas, sabríamos que son 108.000 Km/h) y que rota sobre su eje y no notamos NADA. Nuestros sentidos nos permiten vivir en el día a día ignorando nuestro viaje por el espacio (más allá de tener la sana costumbre de levantarnos y acostarnos a cada media rotación de la tierra sobre su eje aproximadamente) y ya confiados, optamos por ignorar también las leyes de la física cuando discutimos sobre Fórmula 1 o cuando nos compramos nuestro siguiente coche.
Un coche no agarra más porque pese más. Más bien al contrario, al llegar a una curva, un coche con más masa tendrá más inercias y la fuerza centrífuga, la que tiende a sacar al coche de su trayectoria y mandarlo contra un roble centenario, será mayor. Da igual lo que nuestros sentidos nos digan o lo que la moda de los todo terreno, los medios de comunicación o la intuición nos hagan creer. Burradas como ésta se leen y se escuchan todos los días en todo tipo de foros: virtuales y presenciales.
Yo no soy físico pero el audiovisual –sea cine o vídeo– necesita de la física para funcionar: la luz es física, los sensores de las cámaras son física, la electrónica tiene una base física, etc. Tuve que descubrir a Carl Sagan, a Isaac Asimov, a Fenyman y a otros para descubrir una física “amable” y divertida; una física en la que no había que repetir fórmulas sin entender de dónde venían sino que había que entender las cosas para llegar a la siguiente estación. Porque una de las maravillas de la física –y de la ciencia en general– es que, a medida que obtienes nuevas respuestas, éstas dan pie a nuevas preguntas. Y eso genera una curiosidad infinita que es el mejor motor que conozco para levantarse cada mañana.
Por eso, este post quiere ser, sobre todo, una invitación a la curiosidad, a preguntarnos cómo y por qué se agarra nuestro coche a la carretera o qué quieren decir las indicaciones en vatios de potencia y voltios que nos rodean en cada electrodoméstico.
En los últimos años, gracias a internet, tenemos a un par de clicks de distancia un montón de blogs que hacen una magnífica labor divulgativa. Utilicémoslos, leámoslos, devorémoslos. Dejar de lado las matemáticas, la física, la química no nos hace “mejores”, sólo nos hace especialistas y ser un especialista en algo es ser un poquito más burro en todo lo demás. De la misma manera, si alguien hubiese enseñado a mi profesor de física de secundaria pedagogía, literatura o lengua, sus clases habrían sido infinitamente mejores y yo no habría tenido que aprender física por mi cuenta, quince años más tarde.