Vale, en realidad, el desafío que voy a publicar aquí no es tan grande, más bien un desafío mediano, pero es que si titulo “el desafío regulero” no me lo va a leer ni Dios y, si no me lee nadie, a qué tanto desafío ni media hostia.
En realidad, cuanto más lo pienso, este es un desafío de mierda pero, hey, cada uno desafía como puede y yo ando justito de fuerzas. Hay gente por ahí se desafía a subir el Everest, a comer sólo comida sana, a dejar de fumar o a correr por Peñalara marcha atrás, a la pata coja y descalzo. (Hola, Rubén)
Mi desafío es mucho más sencillo que todo eso: me he propuesto escribir una vez a la semana durante un año en este mi casi difunto blog.
¿Por qué? Porque a mi me gusta contar historias y, con todo esto de la edad adulta, ganarme la vida como autónomo y sanear mi cuenta corriente, el otro día descubrí que llevaba seis meses trabajando y no había escrito ni una puta línea de algo que fuese mío. Y por mío quiero decir mío-mío no mío-de-un-cliente ni mío-de-un-favor ni mío-para-clase. Que sí, todo eso también es mío pero poquito; como cuando le dan un premio a un alumno tuyo o te felicitan porque tienes un perro guapo y obediente. Te sientes muy orgulloso pero preferirías que te diesen el premio a ti o te silbase un albañil al grito de “pedazo de carne con gafas”.
Muchos pensaréis que una semana es justo lo que me va a durar el ánimo para mantener mi promesa y que esto ni es un desafío ni es nada: todo lo más, la crónica de un fracaso anunciado.
Lo cierto es que, para evitar desanimarme, he hecho trampas y tengo preparadas cuatro entradas ya de antemano así que, como mínimo, cumpliré un mes y me sentiré orgulloso de que, ya que no soy constante, por lo menos fui precavido.
Pero si soy totalmente sincero, os confieso que, además de escribir por adelantado y sacarle tiempo al tiempo, pienso hacer todo lo humanamente posible para cumplir mi compromiso y escribir algo cada semana: bueno, mejor, excelente o peor pero cada semana pienso daros la barrila con algo que, huela a lo que huela, será mío.
Y así, dentro de 52 semanas, podré mirar atrás y decir: “Lo hice”. Y no volver a escribir en otro par de años.